Volver a viajar para mi fue todo un proceso, meses de espera y preparación.
Me bajé del avión que llegaba de India el 20 de febrero de 2020.
No tenía idea que un mes después íbamos a tener que encerrarnos en nuestras casas. Íbamos a temerle a un virus y mucho menos que viajar se iba a convertir en mala palabra.
Trece meses en los que dude sobre como iba a ser el futuro de los viajes.
13 meses donde me consolé viendo otros viajeros que esperaban, como yo, que volvamos a la “vieja normalidad”.
En esos Trece meses planee viajes para cuando termine la pandemia, esbocé mi idea para una primera vuelta al mundo y también me angustié.
En trece meses sentí que me apagué.
En esos trece meses empecé y dejé yoga, aprendí de cocina natural. En esos trece meses baje de peso y volví a subir. Vi series que me hicieron reír y algunas películas solo para llorar.
En los últimos trece meses sentí que se me apagó la llama interior.
En esos trece meses llegue a pensar que iba a perder la valentía de salir a conocer lugares y personas.
Creí que las ganas que se necesitan para saber que a veces vas a estar incomoda, se me habían ido.
y yo pensé que ese amor a lo incierto se me había perdido.
Pensé que el miedo que la pandemia había traído a mi vida iba a ser para siempre, pero un día llena de dudas me subí a un avión.
Trece meses después de haber vuelto, el 18 de marzo de 2021, me fui.
Me subí a un avión algo temblorosa y con bastante miedo.
Creo que lo que más miedo me daba era de descubrir que todas mis dudas se volvieran reales y que yo hubiera perdido la emoción de viajar.
Antes de subirme al avión, le dije al tano: “no me quiero acostumbrar nunca a esto”. El no me entendió.
Me refería a que siempre quiero sentir esa emoción en la panza de las primeras veces, siempre sentirme ansiosa por ver, por conocer y descubrir.
Acostumbrarse es un poco anestesiante. Cuando te acostumbras a algo, dejas de percibir los detalles y forman parte de lo cotidiano.
Cuando estuvimos en el aire algo empezó a cambiar, no voy a decir que haya sido de golpe pero sí que de a poco el viaje se empezó a sentir como reencontrarse con una vieja amiga.
Hay una cercanía, una costumbre, algo que recordas y, aunque cambiaste, el sentimiento sigue ahí, intacto, igual.
El tercer día me sentir casi como siempre.
El tapabocas nos recuerda que el mundo cambio pero adentro tuyo, en una parte mas profunda, el sentimiento sigue intacto.
Caminar, sonreír, sentir el aire en la cara, hablar de locuras, caminar un poco más, pasar mucho rato al rol, oler tierra, mojar los pies, caminar de nuevo, probar sabores diferentes, descubrir colores, escuchar otros idiomas, descubrir sus tonadas, eso es mi amor.
Eso es mi pasión. Esos son mis viajes y ese es mi mundo.
Descubrí que, así como un día que ya no recordamos, aprendimos a caminar, lo mismo sucede con amar y para mí, viajar es amar. Amar la vida, amar el mundo que habitamos.
Viajar es conocer y enseñar. Es atreverse.
Viajar para mi es dudar pero siempre ir al frente.
Viajar me conecta con la mejor parte de mí.
Para mí, viajar es volver a sentirme libre, a sentirme valiente. Volver a tener ganas.
Subir a un avión llena de ansiedad, bajar llena de recuerdos.
Viajar para mi es comer empanadas en un mirador en plena noche y descubrir de paso alguna estrella fugaz.
Viajar para mi es mirar miles de vidrieras y sorprenderme con “rarezas” sin comprar nada. Es conocer la paz que te da meditar en una playa alejada, observar como el sol se va atrás de las montañas, escuchar el ruido del agua, seguir con la vista a un pajarito.
Todo eso es volver a viajar para mí. Es volver y saber que nunca me fui.
Acá estoy, frente a un lago, escribiendo por primera vez sobre las segundas primeras veces en las rutas.
Las rutas que no pienso dejar ni ahora ni nunca porque están en mi y las cuento desde mi mundo.
Si queres conocer el destino que elegí para este primer viaje, te invito a ver esta Guía de Bariloche